Un ex vicepresidente de la Nación, Cleto Cobos, presentó un nuevo proyecto para legalizar la eutanasia en nuestro país. Es curioso, pero es la tercera vez que este señor insiste y busca legalizar la asistencia médica para morir. Argumenta que la aprobación en Uruguay fue un impulso para presentar el proyecto en nuestro país. Me permito disentir con él porque creo que parte de una equivocada comparación con un país que, si bien es vecino, no guarda similitud con nosotros como pretende aducir. Uruguay es probablemente el país más laico de América latina. Además, a comienzos del siglo XX, separó a las iglesias del Estado. En Uruguay se prohibió la enseñanza religiosa y, además, las fiestas religiosas son como fiestas laicas. En definitiva, todo esto moldeó en el país vecino una cultura más secular y racionalista, mientras que en Argentina el cristianismo sigue teniendo peso cultural. En Uruguay la práctica religiosa es escasa: menos del 40% de su población se declara católica y muchos uruguayos son agnósticos o sin religión. Todo eso genera un clima más propicio para los debates sin el marco de la fe, algo que en nuestro país no sucede, sobre todo en provincias del interior como la nuestra. Pienso que no es una casualidad que Uruguay haya legalizado la eutanasia, porque es fruto de una historia distinta. Se equivoca el ex vicepresidente y legislador (a un mes de dejar su banca), puesto que partió de una premisa falsa. Argentina y Uruguay no comparten esa misma alma cultural e idiosincrasia de pueblo. En Argentina el cristianismo y la religiosidad siguen marcando el pulso de la vida pública, y las nociones de vida, muerte, culpa o trascendencia siguen atravesadas por esa matriz espiritual. Una sociedad que se dice humana no se mide por la facilidad con que permite morir, sino por la ternura con que acompaña al que sufre. Antes que una ley que acorte la vida, necesitamos una cultura que abrace la fragilidad, que cuide, que consuele y que no se rinda ante el dolor, sino que lo humanice. Hay que entender que la dignidad no se legisla, se ejerce cada vez que elegimos cuidar al otro hasta el final. Hay ideas que no irrumpen, se deslizan. Con una palabra nueva que suaviza lo que antes era inaceptable. Pues bien, hubo un politólogo estadounidense que le dio nombre a ese proceso: “ventana de lo posible”, y fue Joseph Overton. Advirtió que es el modo en que un concepto impensable (con palabras suaves y eufemismos) se vuelve algo razonable, después aceptable y, con el paso del tiempo, una norma o hasta una política pública. Y es eso lo que creo que se hizo con este tema de la eutanasia: el acto por parte de un médico para producir la muerte, que hoy está envuelto en palabras como “muerte digna”, “decisión libre”, “compasión”, “autonomía del paciente”, “derecho a morir sin sufrimiento”, etc. El riesgo no está en debatir todo esto, que es signo de salud democrática, sino en el hecho de no advertir cuando el lenguaje se vuelve una anestesia. Con esta así llamada ventana de Overton se desactiva la carga moral negativa, se desplaza la percepción pública y se modifica la sensibilidad social. Cuando las palabras cambian, cambia lo que somos capaces de tolerar y así una sociedad puede aprender a llamar progreso a lo que alguna vez fue una pérdida o, inclusive, la muerte.
Juan L. Marcotullio
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